Las emociones no tienen categoría moral, no son ni buenas ni malas, solo son emociones.

A veces más fáciles de vivir, a veces menos.

Entender esto supone desviarnos de la tendencia natural que tenemos de aproximarnos a las emociones que consideramos adecuadas y alejarnos de aquellas que consideramos que no lo son. Y entonces las vivimos tal cual se presentan, las situamos, entendemos para qué han venido y nos las permitimos sin más.

Gestionar y relacionarnos bien con nuestro mundo emocional es situarse en ese cielo que simplemente ve cómo pasan las nubes.